#Top2023: Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese

Killers of the flower moon es una de las mejores películas de Scorsese de los últimos años. No solo tiene en ella a sus actores predilectos (Di Caprio y De Niro) y al equipo creativo que suele acompañarlo (Thelma Schoonmaker, Rodrigo Prieto), sino que toma una pieza de la historia estadounidense para evidenciar las bases de su sociedad y la de otros colonizadores que llaman progreso a la depredación y el exterminio de pueblos originarios.

A inicios de 1920, se halló petróleo en el territorio de la Nación Osage, en Oklahoma. Cada indígena Osage recibió una parcela de tierra igual y tuvo los derechos (headrights) sobre la producción de esas tierras, incluyendo el petróleo. Convertidos entonces en millonarios, más adinerados que muchos hombres blancos, los Osage comenzaron a ser asesinados de formas diversas, especialmente quienes se habían casado con personas blancas que se convertían, luego de esa muerte, en los herederos de sus fortunas.

Son tres los personajes que funcionan como los ejes del triángulo narrativo de esta película: Mollie Brown (Lily Gladstone), mujer Osage fuerte y reservada, que contrasta con el carácter de quien se enamora, Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un hombre sumamente apegado a su tío, William Hale (Robert DeNiro), personificación de la codicia capitalista y el poder de manipulación del discurso oficial. Los personajes tienen características definidas, pero no pierden profundidad. Y a la vez, esa complejidad está tan bien construida en el guion que no necesita crear personajes planos para dejar en claro su maldad. La base para estos personajes es real, después de todo. Y la película complejiza en situaciones, pero nunca cae en una invitación al público a empatizar con el despojo a la nación Osage.

Las interpretaciones de De Niro y DiCaprio generan incomodidad por el modo en que plasman la avaricia criminal de dos hombres blancos, no tan diferentes de muchos conservadores dentro y fuera de EEUU.

Pero la interpretación de Lily Gladstone es la que tiene mayor significancia. Gladstone, actriz de ascendencia nativa Blackfeet que creció en una reserva, demuestra que es perfectamente posible castear a alguien que representa a la comunidad del personaje que encarna, y que puede hacerlo de forma excelente. La potencia de Gladstone está en su lenguaje corporal, la estoicidad de su figura, la serenidad de su sonrisa, la sabiduría en su mirada adolorida. Ella nos vincula con la injusticia.

Es duro pensar que, para sensibilizar a las personas, se tiene que crear un guion que nos atrape, que novelice un poco un episodio de sangre y lo exponga a modo de relato policial y de intriga. Pero de esto no es culpable el/la artista creador/a, sino quienes contaron por décadas una versión de la historia que los limpiaba de toda mancha. Por ello, una película como Killers of the flower moon, sin dudas, era y es necesaria.

La nación Osage, como comunidad, aparece en momentos puntuales, y ese podría ser un reparo a notar en la película. Pero también guarda sentido, pues nos encontramos ante un relato contado desde quienes están más cerca de los asesinos que de los nativos asesinados. No podemos dejar de mencionar que la industria cinematográfica ha sido siempre elitista y elitizada, y que, lamentablemente, un Osage no recibiría el financiamiento que ha recibido Scorsese para contar esta historia.

Killers of the flower moon puede conectar con los espectadores por diversas razones. Puede entusiasmar por sus cualidades artísticas, por lo imponente de su elenco, por la exploración de un hecho histórico poco divulgado, o por el sentido de identificación con los vulnerados. Como autora de estas líneas, puedo decir que me tocó en un modo personal. Duele vivir en un mundo en el que se sueña “superar” -borrar, en realidad- todo rastro de diversidades étnicas y de culturas.

Hay una escena poderosa (que, por cierto, me recordó a palabras de mi madre). Estamos desde el punto de vista de Mollie. Siente ira, dolor y odio. Intenta dejar eso de lado y buscar paz propia. Pero volvemos a mirar esos rostros que, desde su blanquitud, su poder, menosprecian a los indígenas, ni hacen algo por detener el racismo que tanto destroza. Y esa ira y ese odio no se pueden soltar, porque son una consecuencia, porque tienen sentido.

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